Niebla en el bosque

Había oido miles de historias acerca del fantasma del bosque. Sobra, la llamaban, la Reina de los Cauquitos, aunque nadie estaba seguro de por qué la llamaban así. El caso es que yo, Gañán de los Jurtos, decidí ir a buscarla. Nadie la había visto, pero todos coincidían en que era de una belleza extraordinaria. Estaba dispuesto a demostrar que no existia. Y que si existía, no era tan fantasma como todos pensaban.

Esperé largo rato apoyado en un árbol escudriñando la oscuridad y canturreando por lo bajo hasta que la Luna estuvo bien alta en el cielo. Entonces apareció.

Quisieran los dioses hacer algo hermoso y no podrían mejorar lo que mis ojos contemplaban. Caminaba con una gracia felina, casi sin rozar el suelo, rozando levemente las flores al pasar. Contuve la respiración mientras pasaba por delante de mi. No había parecido notar mi presencia, era como un ser ajeno a este mundo.

Por un instante temí perderla, estaba paralizado contemplándola y se alejaba de mi sin remedio. Pero cuando el último jirón de su vestido desaparecía en la espesura y el encantamiento se rompió, me dominé y me lancé tras ella.

Durante unos angustiantes minutos, que me parecieron horas, fui siguiendo su rastro, con la mirada fija en ella. Pareció pararse un instante, que aproveché para apretar el paso y gritarle, esperando que me contestara. Giró su cabeza levemente y me miró con una tristeza infinita. Luego, continuó corriendo, quizás aún más rápido que antes.

Nos fuimos internando en la espesura, pero poco me importaba, lo único que sabía es que tenía que alcanzarla. Como fuese. Cuando fuese. Tenía que descubrir su secreto. Y la Luna seguía su curso en el cielo.

Vivo aquí sola en el bosque. Y cuando digo sola, me refiero a totalmente sola. Desde hace muchos siglos salgo cada noche bajo la luz de la Luna a pasear mi soledad entre los árboles.

A veces, algún aldeano despistado se acerca más de la cuenta y se cruza conmigo en mi camino. Siempre intento huir, sé cuál será el final, pero ellos siguen fascinados y me persiguen hasta que me dan alcance.

No puedo evitar el final, aunque sepa lo que va a ocurrir. Les explico que no soy más que una ninfa condenada a la soledad y que desde el momento en que decidieron seguirme, su destino había quedado tocado, y que no podrían volver a su casa.

Muchos no me creen y siguen insistiendo en acompañarme un rato más hasta que deciden volver. Pero el camino se les hace eterno: el bosque ya no tiene límite para ellos, y sus cuerpos nunca más son encontrados.

Otros quedan embrujados por mi belleza, mi maldita belleza, y juran que me salvarán, me prometen una vida de amor a su lado. O, directamente, intentan tocarme y hacerme suya. Son éstos los que más me duelen, ver cómo al ponerse en contacto con mi piel caen fulminados al suelo, ver cómo se hacen cenizas ante mis ojos. Y no poder hacer nada.

Pero noche tras noche, sigo saliendo a pasear mi soledad bajo la luz de la Luna. Porque aunque sola y maldita ninfa, sigo buscando la manera de escapar, de huir de mi destino. Sigo buscando la salvación.