Ojos azules

Su mente se nubló: ahora sólo era capaz de ver aquellos ojos azules. Esos ojos azules que tan fríamente le habían mirado. No pensaba en las delicadas cejas que los bordeaban o en los carnosos labios rosas que dejaban escapar esa dulce voz que siempre los acompañaban. Lo único que veía eran esos ojos azules brillando en la oscuridad. Era lo único que importaba: el azul de esos ojos. Los ojos que recorrían incansables el mundo. Esos inquietos ojos cuya mirada le hacia temblar. Ese azul que todo lo llenaba.

Ni el cielo ni el mar podrían jamás competir con ese azul inmenso que no podía quitarse de la cabeza. Esos ojos azules eran todo cuanto deseaba, todo cuanto soñaba, todo cuanto amaba. A quién pudiera importarle que el arcoiris nunca volviera a brillar o que el sol se apagase lentamente mientras existieran esos ojos azules. Ojos que pocas veces reposaban, que siempre inquirían, que tanto buscaban, incansables. Ojos de ensueño, imposibles de comparar, de igualar, de imaginar. Hermosos ojos azules.

Si soñaba despierto era con el azul de esos ojos. Si soñaba dormido era con esos ojos azules. Y cuando la vigilia lo despertaba de su sueño azul, también pensaba en los ojos más hermosos que hubo y habrá jamás sobre la faz de la Tierra. Porque unos ojos como esos provocan suspiros a su paso, envenenan el alma. Ciegan. Unos ojos así encadenan de por vida. Todo a su alrededor se vuelve basto, triste, apagado. Unos ojos imposibles. Unos ojos que no dejan mirar a otro lugar. Unos ojos que apagan las luces a su alrededor. Unos ojos azules.

Transcurrieron pocos segundos, el tiempo que tarda un cuerpo en caer, pero para él pasaron años, siempre pensando en esos ojos azules. Los ojos que le atormentaban sus noches de vigilia. Los ojos que no le dejaban dormir en paz. Los ojos que esperaba tener siempre a su lado. Nada le importaban las blancas manos donde solía dejar reposar la cara o la silueta que a veces se dejaba entrever en sus ropas. Sólo pensaba en los ojos azules. A veces tristes, a veces alegres, a veces pensativos, a veces soñadores,… Pero siempre azules.

La batalla terminaría y la guerra también. Los soldados regresarían a sus casas, pero el joven que anhelaba volver a ver esos ojos azules ya no volvería a levantarse. No podría volver a ver los límpidos ojos azules con los que tantas y tantas noches había soñado. Nunca más pasaría por delante de los ojos azules para que pudieran fijar su mirada en él. Jamás volvería a sentir un escalofrío cuando los viese parpadear. No podría hacer que esos ojos bajasen hasta él y le reconocieran su valor y honor en la guerra. Sus propios ojos miraban ahora al vacio, quietos e inertes. Pero sin duda, si algo hubieran querido contemplar, sería el azul de aquellos ojos.

Esos ojos azules que tan pocas veces le habían mirado, y que nunca le habían visto.