Al fin, venganza

Ahora ha llegado mi turno. Es el momento de cobrar infortunios pasados. El momento de saciar mi sed de venganza. El momento de demostrar que yo también soy alguien a quien respetar. El momento de que todo el mundo conozca mi poder.

He pasado demasiado tiempo esperando este instante. Esperando que llegara la hora en que alguien inclinase su cabeza ante mi. Que los débiles y los desamparados tiemblaran al verme aparecer. Que los poderosos me miren y no por encima del hombro. Quiero descargar mi venganza acumulada todos estos años. Quiero que se me respete, que se me odie y admire a partes iguales. Que se me envidie. Quiero que aquellos que creían estar por encima de mi no tengan más remedio que reconocer que ahora estoy a su altura. O mejor aún, que les supero.

Por fin podré devolver todos los golpes que he ido recibiendo en todos estos años. Puede que quienes los reciban no sean los que me golpearon a mi, ¿pero qué importa eso? Ha llegado la hora de mi reinado, por fin yo seré quien manda aquí. Nadie hará un gesto sin que yo quiera. Nadie se atreverá a rechistarme. Nadie me mirará directamente a los ojos. Nadie osará llevarme la contraria. Nadie. Sólo un gesto, el primer golpe, y lo habré conseguido.

¿Por qué tiembla mi mano? Debe aprender al igual que aprendí yo. Debe sufrir lo mismo que sufrí yo. Debe comprender, al igual que yo comprendí, a crecer a base de dolor. Es la única forma.

¿Realmente lo es?

No me mires a los ojos. No me mires a los ojos. No me mires con esos ojos. No conseguirás recordarme la primera vez que yo recibí un golpe. No conseguirás que me sienta identificado contigo. No conseguirás transmitirme tus esperanzas. Si ese es tu propósito, estás equivocado. Soy de piedra, soy inalcanzable. Soy alguien que está fuera de tus posibilidades. Jamás podrías conmoverme. No voy a perdonarte. Eres mi único medio para alcanzar la cumbre. Si no te doy este golpe, ambos estaremos perdidos. Mi autoridad quedará reducida a cenizas y ni siquiera yo sería capaz de protegerte. Voy a golpearte. Es la única salida.

Porque tienes que aprender, lo comprendes, ¿verdad? ¿Lo comprendes? Necesitas saber lo que es el dolor y yo necesito demostrar mi poder. ¿Por qué no lo comprendes?

Deja de mirarme. Deja de llorar. No tiembles. No me hagas retrasarme más. No me hagas dudar.

No me hagas perdonarte.

Puede que no sea la primera vez que alguien hace este gesto. Puede que sea un gesto que nadie más vaya a repetir. Pero prometo que yo no crearé más engendros como en el que me quisieron convertir. Prometo que no volveré a volcar mi odio y mis frustraciones sobre los demás. Prometo que, si está en mi mano, evitaré que nadie más cometa ese error. Y sobre todo, prometo que nunca jamás te harán el mismo daño que me hicieron a mi.