Alguien

Se sienta en un sillón, enciende un cigarro y espera. La respiración suena pausada, sin ronquidos. Sus ojos están cerrados sin apretar, dejando simplemente que los párpados rodeen los ojos. No parece tener preocupaciones. Ni tampoco un despertador. Si al menos se acordase de su nombre, le despertaría. Pero viéndolo tan tranquilo en su cama le da hasta vergüenza pedirle que le acerque a casa.

No es la primera vez que despierta en casa de un desconocido, claro está. Pero si es la primera vez que se levanta y no sabe volver a casa. Tampoco es que sea exactamente un desconocido, es amigo de aquel rubio que compra en su misma panadería. Pero para el caso es lo mismo, necesita que la acerque a algún sitio desde el que pueda volver a casa. Pediría un taxi, pero los seis euros y cincuenta y cinco céntimos que le quedan en la cartera no la llevarían muy lejos y no tiene ni idea de dónde puede haber un autobus. Ya despertará. Prefiere el corte de tener que esperarle y pedirle que la lleve.

El cigarro se acaba y él no parece despertar. Quizás si preparase un café, el olor le haría reaccionar. Mientras busca la cocina, se para delante de una estantería. Parece alguien interesante, tiene la colección entera de Asimov y algún que otro libro de Wyndham. Anoche ni siquiera se planteó que fuese más interesante que para una noche de compañía, quizás debería haber hablado con él un poco más. Pero no, como él, podría encontrar cosas en común con prácticamente la mitad de los que estaban allí aquella noche. Esto no significa nada, sacude la cabeza y entra en la cocina.

Mientras abre y cierra puertas buscando una cafetera y un cartón de leche, se replantea si de verdad mereció la pena. Indudablemente se lo pasó bien, eso no es discutible. Algunas amigas suyas opinan que debería sentar la cabeza. En vez de tener de vez en cuando una noche con alguien, podría tener algún amante, incluso algún novio, que le daría lo mismo, además de poder llevarle a fiestas y poder aparentar que ha sentado la cabeza. Pero ella no quiere eso. ¿De qué le serviría? Sería como un parche, una máscara que lo único que haría sería espantar a alguien que fuese realmente interesante.

Se levanta de golpe y le mira. Está ahi, en la puerta, con el pelo enmarañado y los ojos aún legañosos. Se rasca una oreja y la llama otra vez por su nombre. Le mira otra vez, ¿cómo puede acordarse de cómo se llama? Mientras él le quita de las manos la cafetera y prepara el café, ella le mira atentamente, intentando adivinar de qué le suena tanto su cara. Esos ojos le están diciendo algo. No es que se acuerde de anoche, es algo más profundo, le conoce de antes, se han visto antes. No, no sólo se han visto, se conocían, eran amigos, eran… ¿amantes? Sonriente, le ofrece una taza de café y entonces lo comprende.

La luz entra por la ventana y la deslumbra. Acaba de soñar algo importante, pero no puede recordar el qué, aunque siente que es algo que debe solucionar antes de marcharse. Aparta el brazo que la rodea y se levanta de la cama, bostezando. Se asoma a la ventana pero no reconoce el barrio, probablemente sea de las afueras. Se viste, recogiendo sus pertenencias desperdigadas por toda la habitación. Se sienta en un sillón, enciende un cigarro y espera. La respiración suena pausada, sin ronquidos. Sus ojos están cerrados sin apretar, dejando simplemente que los párpados rodeen los ojos. No parece tener preocupaciones. Ni tampoco un despertador. Si al menos se acordase de su nombre…