El Principio

Está nerviosa. Juguetea con mi bolígrafo desmontándolo y volviéndolo a montar. Saca el muelle y lo vuelve a poner en su sitio. Finalmente me mira, por primera vez, a los ojos.

-¿El principio?

-Sí, todo, desde el principio. Tenemos que volver al orígen para entender qué pasó, para que lo superes y vuelvas a ser libre.

-El principio… – vuelve a alejar su mirada de mí, sus ojos se desenfocan y agarra el bolígrafo con fuerza – Al principio, no había nada.

¿Sabes? Todas las mujeres, y también muchos hombres, sueñan desde pequeños con el amor de su vida. Van añadiendo más y más detalles a imagen y semejanza de lo que les va gustando de otras personas. Los ojos de aquel chico del autobus, la voz de ese cantante,… Todo como un puzzle que poco a poco va tomando sentido.

Y así nació Al. Tenía todas las cualidades que yo esperaba encontrar, era tan noble, tan bueno, pero con su pizca justa de maldad. Era equilibrado, era perfecto. Tenía que serlo, porque yo era quien lo había diseñado. Era el compañero ideal.

En parte fue por mis inseguridades, por mi miedo a la soledad, que Al fue contándome poco a poco cual era el misterio. Él, por supuesto, estaba completamente seguro de que era real. ¿Cómo no iba a estarlo? Me explicó que existen dos realidades paralelas, y cada uno de nosotros tiene su equivalente en la otra realidad. Al era el equivalente al amor de mi vida. Mi equivalente en la otra realidad sería el amor de su vida. Nuestra misión era ayudarnos a encontrar mutuamente a nuestros amados. Si uno de nosotros lo encontraba, el otro también lo encontraría. Y si no los encontrábamos, a nuestra muerte, Al y yo estaríamos juntos. Era una situación en la que ganaba siempre. Si encontraba al amor de mi vida, Al sería feliz con mi equivalente. Si no, ambos seríamos felices juntos.

– Es una buena historia.

-Lo era, demasiado buena. Cada vez que conocía a un chico interesante, le preguntaba a Al si era el elegido. Al nunca quiso darme pistas, pero me decía que cuando yo le encontrase, él encontraría a la suya, así que desaparecería y ambos seríamos felices para siempre. Y entonces, fue cuando lo conocí.

– ¿Al?

– No, Al no. No se llamaba Al. Pero eran idénticos. Cada día que pasaba descubría que Al y él tenían más y más en común. Parecía como si todo lo que Al me había contado hasta entonces fuese real. Era real. Incluso Al desapareció, dejándonos solos. Todo parecía cumplirse.

– ¿Y qué pasó?

– Que no podía ser real, ¿no crees? Al era producto de mi imaginación, ¿cómo podía cumplirse un destino que yo misma me había inventado? Tenía que fallar por alguna parte.

– ¿Es que él tampoco era real?

– Oh, ya lo creo que era real. Era tan real como tú y yo, como esta mesa, como esta conversación. Era demasiado real.

– No lo entiendo.

– Yo tampoco. Sólo sé que era real.

– ¿Entonces? ¿Qué pasó?

– No creo que quieras saberlo. – sonríe… por primera vez desde que la conozco. Una sonrisa real.