Frío

La luz de la linterna corta la niebla hexagonalmente. Apenas ve unos pasos más allá de su nariz, que duele congelada por el frío. La fina lluvia que se cuela por sus botas va calando también en sus manos, cubiertas por guantes de lana. Ahora es cuando recuerda por qué compro unos guantes de cuero el año pasado. Tarde.

Sabe que tiene que estar cerca, porque ha ido contando los pasos. Nunca son exactos, a veces camina a pasos cortos y otras veces va dando alegres zancadas. Hoy camina a pasos cortos. Por eso sabe que, aunque el número de pasos sea el correcto, aún tiene que avanzar un poco más, para llegar a su destino.

La lámpara parpadea un momento. Debió cambiarle las pilas antes de salir. La golpea y sigue adelante. El viento le susurra algo al oído y la lluvia para un instante, para volver a los pocos minutos aún con más fuerza. Se estremece debajo del abrigo y sacude las botas. Para para escuchar. Pero sólo el viento le contesta.

Algo no marcha bien y lo sabe. Hace tiempo que debería haber llegado. No puede haberse desviado mucho del camino porque ha tenido cuidado de ir poniendo un pie detrás del otro. Como le enseñaron cuando llegó allí. Recuerda el escalofrío que le recorrió la espalda el primer día de niebla. Creyó que nunca saldría vivo de allí. Pero salió, igual que saldrá esta vez.

Le duelen los pies, pero vuelve a caminar con paso firme. Lanza un grito, que suena como el graznido de un pato, pero no le contesta ni el eco. Todos deben estar dentro de sus casas, cerca de la chimenea. Pronto llegará y encenderá un buen fuego, piensa, y podrá quitarse las botas y calentarse los pies. Malditos pies, duelen como demonios.

La tierra ha cambiado, tiene un color diferente. Se ha desviado demasiado. Para y da media vuelta. A lo peor, piensa, volverá atrás y podrá empezar de nuevo el camino. Aún podrá darle tiempo a encender esa chimenea y calentarse los pies, antes de prepararse la cena. Corre un rato a grandes zancadas, el frío se está colando en todas partes.

La lluvia ha parado y la niebla parece disiparse un poco. Sigue sin reconocer dónde está. De pronto, una pared de piedra se alza ante él. Es una piedra negra y fría, completamente lisa y vertical. Comienza a bordearla, esperando encontrar algo que reconozca. No puede estar tan lejos. De pronto, una voz, o quizás un viento caprichoso, le llama a su derecha. No reconoce el idioma, pero avanza hacia la voz, esperando ver un fuego.

Una enorme puerta de una gruta se abre en la pared de piedra. Las voces, ahora casi distinguibles, vienen de dentro. Tras meditarlo unos segundos, se adentra en la cueva. La linterna termina de apagarse, pero una luz viene del fondo, bailando sobre las paredes. Ya empieza a notar el calor. Sigue sin entender las palabras, pero ahora son claramente voces humanas.

Llega a una sala enorme, de altos techos, con una hoguera en el centro. Junto al fuego, hay un grupo de escuálidos hombres que le sonríen ofreciéndole comida. Uno de ellos, se acerca y le ayuda a quitarse el abrigo y las botas, mientras le ofrece una manta seca. Hablan un idioma extraño, que sigue sin comprender, pero tiene demasiada hambre para preocuparse por ello.

Con el estómago rebosante de comida caliente, vuelve a observar a su alrededor. Los hombres le siguen sonriendo y hablando en esa lengua extraña. Intenta hacerse comprender, pero ellos sólo sonríen. Tampoco le entienden. No importa, piensa, mañana cuando se despeje la niebla volveré y les traeré algo para compensarles.

Se va quedando dormido al arrullo de ese idioma extraño. Tiene sueños agitados, que le impiden descansar. Despierta en mitad de la noche sin saber muy bien dónde se encuentra. Aquellos hombres siguen hablando, pero ahora empieza a entender su idioma. Cuentan historias de caminantes perdidos en la niebla que nunca pudieron regresar a su hogar.

Poco a poco va comprendiendo dónde está. Como la luz de la linterna abriéndose camino en la niebla, se va dando cuenta de que esos hombres, como él, se perdieron un día en la niebla. Esa eterna niebla que aún no les dejó regresar. Que nunca les dejará regresar.

Ahora entiende por qué estaba tan bien pagado.