Tejiendo el destino

Camina por detrás del viejo, por un angosto pasillo lleno de humedades. No sabe bien de dónde viene la luz, pues no hay ventanas ni lámparas. Tras un tiempo indeterminado, el viejo para delante de una puerta de madera, en un sorprendente buen estado. Se gira y la mira, con sus cuencas vacías.

-Es aquí.

La habitación es grande, tan grande no se alcanza a ver el fondo. Un murmullo de miles de tejedoras resuenan por las paredes. Está lleno de mujeres, cada una tejiendo su propia tela. Las hay de todo tipo: jovenes, mayores, altas, pequeñas, delgadas, gruesas,… Todas perfectamente concentradas en su labor.

-¿Qué hacen?

El viejo la mira intensamente y ella se pregunta cómo puede sentir una mirada tan intensa si no tiene globos oculares.

-Tejen el destino.

Vuelven a caminar, ahora entre las afanosas tejedoras, hasta llegar a una silla vacía.

-Este es tu sitio.

Ella mira su nueva tejedora y los ovillos de lana que descansan en la cesta. Se sienta y mira a la mujer que tiene a su lado. La mujer ni se inmuta.

-No te esfuerces, son completamente ciegas.

El viejo se ríe con una sonora carcajada que tampoco parece alterar el ritmo de las mujeres. Le entra un escalofrío. Coge un ovillo y empieza a tejer. El viejo la observa unos minutos y luego se marcha, cerrando tras de sí la puerta. Ella sigue tejiendo, formando figuras entrelazadas que no comprende muy bien lo que significan. Pasado un tiempo, sus ojos van acostumbrandose a la oscuridad.