Bailando en la frontera

Ven, acércate un poco más, deja que te cuente algo que nunca le he contado a nadie. Pero tendrás que guardarme el secreto, porque si llegaran a descubrirlo, tendría que dejar de fingir ser lo que no soy. Y no quiero, quiero ser libre, libre como lo soy ahora. Así que acércate y deja que te susurre al oído la gran verdad:

Estoy loca

Me gusta lo que soy y cómo lo soy. Pero sobre todo, me gusta cuando dejo mis pensamientos libres. Es como si mi cabeza hiciera clic y las ideas comenzaran a fluir sin control. Todo sucede a la vez, todo va más despacio. O quizás soy yo, que me muevo más rápido.

El mundo se ve completamente diferente.

Dicen que la genialidad se separa de la locura por una línea tan fina que es indistinguible. Yo no entiendo de eso. Lo que sé es que la locura es como un mar violento, que va conquistando poco a poco la playa. Si no haces nada por evitarlo, pronto no quedará playa sobre la que pasear. Pero no puedes ponerle puertas al mar.

Yo bailo con la locura sobre esa fina línea que me separa del precipicio. Sé que corro el riesgo de resbalar y caer y no saber cómo levantarme después. No puedo evitarlo. ¿Qué sería de mi vida sin estos momentos de absoluta libertad? Libertad de movimiento, de pensamiento. Ver el mundo desde los ojos inocentes de un niño.

Soy lo bastante cuerda como para saber cómo fingir lo que no soy. Como para mantener el control. Yo controlo. Pueden pasar meses y meses durante los cuales me comporto como una persona normal. Incluso yo misma llego a convencerme de que lo soy, que mis indiscreciones no son más que ilusiones que se llevó el viento. Me vuelvo vulgar y normal.

Pero cuando la locura viene, sugerente y pícara, no puedo evitar bailar un tango en su honor. Y nos deslizamos por la pista de baile, siguiendo unos pasos imposibles, bajo el son de violines de cristal. Y la locura me sonríe, porque sabe que es un juego de dos, que me tiene completamente a sus pies.

Es como si liberase una parte de mí y dejara el consciente en un pequeño rincón, vigilante. Viendo cómo se desarrolla la fiesta, esperando. Y cuando tocan las campanadas de Cenicienta, vuelve a tomar el control. Los ojos vuelven a enfocarse y el mundo deja de ser multicolor para adoptar esa tonalidad gris del día a día. Aún brillará su sonrisa en algún rincón, pero incluso eso se esfumará.

Sé que algún día, la carroza se convertirá en calabaza y no me dará tiempo a regresar. Daré un traspiés y caeré sin remedio al precipicio. Sé que un día la locura me tomará en sus brazos y no habrá vuelta atrás. Lo sé. Soy consciente de ello.

Pero no puedo evitarlo…