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Gotas de lluvia
La lluvia repiquetea sobre el cristal, pero no presta atención. Pensamientos profundos invaden su mente. Un año tan sólo ha transcurrido, pero para ella ha pasado mucho tiempo. Muchas experiencias la separan de la que fue antaño. Ya no siente envidia. Ya no siente celos. Pero el dolor sigue ahí. No es el mismo dolor que la acompañó durante meses. Ahora es diferente. Hubo un tiempo en el que hubiera dado lo que fuera por que él fuese feliz. Si estaba triste, ella estaba triste. Si sonreía, ella sonreía. Pero ahora es diferente.
Hace un año escaso que está con otra. Aunque lo veía llegar desde mucho tiempo atrás, estuvo aguardando con paciencia y esperanza vana. Cuando ya se hizo inevitable, tampoco luchó. Si él era feliz, ella sería feliz. Así sería. Era lo único que importaba. El resto, sobraba.
Pero ahora es diferente. Hacía tiempo que, aunque lo seguía viendo y hablando con él, ni se planteaba si él era feliz. Ya no era parte crucial en su existencia. Había rehecho su vida en otro lugar. Era lo planeado. Era lo esperado. Era lo que tenía que hacer. Era lo que hizo.
Pero hoy fue diferente. No, no lloró. Él nunca lloraba. Pero era la primera vez que vió en su rostro la tristeza. La sonrisa seguía ahí, en sus labios, quizás un poco temblorosa. Pero sus gestos, sus ojos, sus manos, delataban el desengaño y la opresión. Su voz sonaba más ronca que otras veces, aunque ella no estaba segura de si temblaba o si sólo eran sus imaginaciones. Escuchó lo que tenía que decirle, como siempre había hecho. Él quería restarle importancia al asunto, no era tan grave, pero se sentía solo. Ella no había resultado lo esperado. No, no lo había abandonado, seguían juntos. Pero no era lo planeado.
Por unos instantes tuvo ganas de abrazarlo. Sintió ganas de protegerlo, de vengarse por todo el daño que estaba sufriendo. Pero ya no era como antes. Él no sospechaba el cambio, pero ella lo notaba. Ya no era asunto suyo el que él estuviera sufriendo. Había salido de su mundo. Pero seguía siendo su amigo, por eso le escuchó, le apoyó. Por eso siguió ahí.
La otra llegó para recogerle. Vió cómo su rostro se iluminaba, sus ojos volvían a brillar, por un instante pensó en si fue mentira todo lo que había escuchado momentos antes pero la ilusión se desvaneció en cuanto la otra no respondió de la misma manera. Mientras se marchaban, ella sí dejó caer una lágrima. Porque ahora él estaba solo. Ella no estaría ahí para recogerle cuando cayera.
Como antes vió llegar a la otra, ahora ve cómo se aleja de él. Como antes, esperará con paciencia. Ya no será lo que pudo ser, pero seguirá a su lado, para apoyarle. Porque donde hubo fuego, siempre quemarán brasas.