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Carta al viento
Desarruga la hoja para leerla una vez más. Se la sabe de memoria pero a pesar de todo necesita leerla otra vez. Siente rabia, frustración. No puede quejarse, claro que no. Él mismo escribió algo parecido no mucho tiempo atrás. Demasiado parecido, se lamenta. Incluso en aquel momento sentía remordimientos de lo que enviaba. Pero era lo único que se sentía capaz de hacer. Enviar aquella maldita carta. Ha tenido tiempo de lamentarse con creces el envio y son muchas las noches que ha pasado en vela pensando en si habría alguna manera de remediarlo. Excusas incomprensibles, que ni él entendía. Pero que puso por escrito y firmó. Ahora eran suyas, pasase lo que pasase. Una vez enviada la carta, no podía recuperarla. Lo único que podía hacer era esperar que le perdonaran. Y que comprendiera que, entre líneas, deseaba justo lo contrario de lo que había escrito. Estúpida esperanza sin sentido.
Y ahora la carta retornaba a él. Otras palabras, quizás más irónicas y más hirientes… o quizás fuese sólo su imaginación. Escrita por quien recibió la carta anterior. Enviada a quien la escribió. Suspira, la relee, se levanta del sofá, vuelve a sentarse. Está incómodo. Porque la duda le corroe. ¿Con qué intención fue escrita esta carta? No esperaba contestación, ya no. Había pasado mucho tiempo. Demasiado. Esta carta no tenía ningún sentido. A no ser que… no, no era posible. Eso sólo ocurría en los cuentos de hadas. Y esto, es la vida real.
No era una venganza. No era su estilo. Ella no trataba de vengarse por su carta. Quizás ella sólo quisiera que él supiera lo que se siente. Quizás sólo intentaba empatar, igualar el asunto, dejarlo todo en tablas. Terminar la historia. Poder volver a empezar. O quizás quisiera hacerle daño. No podía saberlo. Quizás se encontrase en la misma situación que cuando él escribió su carta. O quizás en la situación que todos creían que él se encontraba cuando escribió la carta. Y esa, es una diferencia abismal. Cambiaba radicalmente la situación. Ahora comprendía que sus peores pesadillas sobre las dudas que pudo levantar su carta se hacían realidad.
Sin darse cuenta ha vuelto a arrugar el papel. Lo alisa de nuevo. No necesita leerlo para saber lo que pone. Pero escudriña la letra, intentando quizás ver algo que no viera antes. Alguna clave que le ayude a comprender. Se lamenta, nunca debió escribir esa carta. Cuántas noches en vela le habrá costado a ella asimilarla. Porque algo sí queda claro, esta carta no fue escrita por capricho. Es premeditada. O quizás en un arrebato. Quien sabe. Pero en el fondo es la misma que él escribió. Necesita saber por qué ha recibido esta carta. Por qué fue escrita. Por qué fue enviada.
Y sólo había una manera de averiguarlo. Lentamente estira la mano y coge el auricular. Con dedos temblorosos, marca el número. Uno, dos toques. Al otro lado alguien responde. Ahora hablará claro. Ahora comprenderá. Ahora sabrá la verdad.