Café

El café se enfría lentamente pero hoy no es capaz de terminarlo. Remueve con mirada distraída la cuchara y vuelve a dejarla en el platillo. Tampoco presta atención a la mesa de al lado, donde dos ejecutivos nerviosos desayunan rápidamente discutiendo de negocios. Se acerca la taza para beber pero a mitad de camino la mano para, recapacita, y vuelve a caer. Sacude la cabeza como queriendo deshacerse de un pensamiento, pero no lo consigue. No deja de preguntarse qué hubiera pasado.

No, la niña no parece haber notado nada. ¡Quién hubiera podido imaginar que su querido profesor era él! Había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vió que dudaba que se acordase de ella. Pero las miradas no mienten, él estaba tan sorprendido de verla como ella de encontrarlo allí.

Sabía que quería ser profesor. Era una de las ilusiones que compartieron juntos en aquellas interminables tardes de primavera, cuando eran dos tímidos adolescentes cogidos de la mano. Pero nunca pensó que pudiera darle clases a sus hijos. Y menos aún que no fueran hijos comunes. En aquellos momentos el futuro era algo incierto, que no parecía que tuviera prisa por llegar. Pero llegó, arrasando todas las expectativas.

Aún recuerda aquel día en que todo terminó. Habían sido muchas pequeñas peleas, muchos roces, para seguir ignorando. No terminaron mal, quedaron en verse al día siguiente como amigos. No se llamaron al día siguiente, ni al otro. Aunque de vez en cuando la vida quiso que se encontrasen y todo iba bien. Pero cuando las ilusiones conjuntas se perdieron en el horizonte de los imposibles, incluso esa amistad medio fingida y medio deseada terminó por desaparecer también.

Son muchos años. Ni siquiera recuerda cuándo fue la última vez que se vieron. Hacia demasiado tiempo que había dejado de pensar en él. Pero ahora, cuando el frío de los años adorna los recuerdos, es más fácil. Ahora sabe que hubieran podido arreglarlo. Que hubieran podido ser felices juntos. Que hubiera sido posible compartir sus vidas y ser felices.

No quiere decir que no sea feliz. Es feliz. Pero en algún profundo rincón de su mente una pequeña vocecilla pregunta. Pregunta qué hubiera pasado. Qué distinta hubiera podido ser la vida.

El café está frio. Es inútil intentar terminárselo. Además, hace tiempo que debía haber vuelto al trabajo. Se levanta, deja unas monedas, y sale a la calle. A afrontar la vida que eligió. Lo que no sabe es si fue ella la que eligió o la vida la que la eligió a ella. De todas maneras tampoco importa. Este mediodía, cuando vaya a recoger a la niña al colegio intentará hablar con él. Quedaron tantas cosas por decir…