Último hombre

Luces.

Bienvenidos al Refugio. Soy el último hombre de la Tierra. Rey y dueño de todo. Pero condenado irremisiblemente a la tristeza y la soledad.

Esta grabación está preparada para activarse, si mis cálculos son correctos, cuando se abra la última puerta que da paso a esta sala, diseñado para que sólo un ser inteligente pueda llegar hasta aquí. Supongo que antes de llegar hasta este momento habréis estudiado algo de nuestro pasado y de nosotros mismos por nuestras ruinas y por los códices que hemos dejado en todo el planeta, así que no creo que vaya a decir nada que no sepáis. A vuestro alrededor hay sistemas para enseñaros todo lo que sabíamos, que perdurarán para siempre, alimentados por la energía de fisión que tanto nos costó domar.

Empezamos siendo unos simples animales más, sin pretensiones, que poco a poco fuimos conquistando territorios. Tuvimos civilizaciones grandiosas, hicimos cosas bellas y hermosas, pero todo eso reposa ahora muerto entre el polvo. Ni siquiera cuando nuestra desaparición fue inminente pudimos enseñar a nuestros herederos naturales y hermanos en la evolución para que aprovechasen los recursos que habíamos creado. Porque los simios fueron de los primeros en caer en nuestra extinción. Ni siquiera quedaron hembras para que pudiéramos intentar una última mezcla de razas por la supervivencia. Tampoco quedaron delfines, considerados los más inteligentes tras nosotros mismos, para poder dejarles en herencia nuestra sabiduría. Todo esfuerzo es ya inútil.

No puedo culpar a nuestros ancestros. Ellos sabían de las destrucciones que estaban llevando a cabo, pero no supieron, ni tampoco quisieron evitarlas. Tampoco tenían por qué preocuparse de un futuro remoto, nuestro presente. Esperaban con fe que la ciencia avanzara y fuera capaz de arreglarlo todo a tiempo, a última hora, como había hecho siempre. No pensaron que quizás algunos de sus pasos no tuvieran marcha atrás. Así que nos encaminamos a nuestra propia espiral de autodestrucción. Y aquí me encuentro, el rey del mundo, dueño de la Tierra y de mi destino, pero solo y condenado a arrastrar con mi muerte el recuerdo de lo que una vez fue la especie humana.

Aún mantengo la esperanza de que otra especie evolucione y conquiste el planeta. Y mantenga nuestro recuerdo vivo, aprendiendo de nuestros errores y perdurando para siempre. O quizás sea que la inteligencia se compensa, y quien es capaz de construir una civilización tendrá a su vez la estupidez para no saber mantenerla.

Quizás esa otra especie sea una evolución de lo que ahora puebla el mundo, y que con tanto esfuerzo hemos siempre intentado eliminar. Hormigas y cucarachas. Quizás ellas sean las herederas naturales de la Tierra. Igual que nosotros nos reíamos de la grandeza de los dinosaurios, que de poco les sirvió para sobrevivir, ellas se reirán de nuestra estatura y poderío, de que de una pisada nuestra podían morir miles de ellas. Y al igual que nosotros nos reíamos de la estupidez de aquellos grandes reptiles que no supieron sobrevivir, ellas nos mirarán por encima, y usarán nuestros cadáveres como fuente de energía. Espero que sepan entenderme y usen nuestros errores para no morir ellas también.

Poco tengo que decir en este último legado del ser humano. Cuando termine de grabar, me dirigiré a la urna donde reposará mi cuerpo al lado del de mis padres y mis abuelos. Allí esperaremos a que ejemplares de esta nueva especie inteligente nos miren y nos diseccionen para comprender cómo éramos. Es el único regalo que puede hacer esta vieja dinastía para ayudar a los nuevos emperadores. Que aprendan de nuestros errores. Y, espero, sean jovenes pero escuchen lo que esta especie, que tanto poder tuvo entre sus manos, a punto de extinguirse tiene que decir.

Oscuridad.