Huye Luna, Luna, Luna, que ya siento sus caballos…

Arriba, en el cielo. Brillante, hermosa, reina y soberana. Luce como nunca, tan redonda, sobre ese cielo tan negro y límpido, como sólo puede ponerse tras una lluvia torrencial. Acelera, acelera, quizás la alcances. Se la ve tan sola, tan lejana… Mírala, sonríe, cree que no necesita nada ni nadie. Muchos que quisieron alcanzarla hoy reposan, abatidos, bajo tierra. La calle sigue hacia delante, recta, directa hacia la Luna. Pero no, engaña, esa cara que nos muestra sólo es la mitad. En realidad su verdadera cara está dando la espalda. La cara oscura, la cara triste. ¡No llores Luna! Mi pequeña Luna. Yo te acogeré en mi regazo y te acompañaré a donde quiera que vayas. Acelera, acelera, cada vez estás más cerca. ¿De qué lloras, Luna? ¿Por qué brillas tanto esta noche? ¿Por qué te empeñas en hipnotizar mis ojos para que te mire a ti y sólo a ti? ¿Qué te ocurre, mi vida? La calle sigue recta, no tienes ni que mover el volante, sólo acelerar, acelerar y la alcanzarás, cambia de marcha, aumenta la velocidad. Linda Luna, déjame llegar hasta tí, déjame acompañarte esta noche. ¿Lloras por el Sol? ¿Lloras porque siempre serás segunda? ¿Porque nadie te mira de día, fascinados todos por el astro rey? No te preocupes, yo les diré que tú sigues ahi arriba en el cielo, incluso cuando el Sol intenta taparte. Les enseñaré que tú también tienes tu corazón y te sientes abandonada. Dime qué te pasa, pequeña. Corre, así, así, la alcanzarás… ¿Por qué te fijaste esta noche en mi? ¿Por qué no me quieres dejarme mirar a otro lado? Déjame… sólo soy una simple mortal… Aleja tus encantos divinos de mi… Luces, luces rojas. ¿Dónde estaba el freno?