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Amnesia
Amnesia. Se hizo silencio después de la palabra, lo había dicho todo. Acababan de borrarse mil y un recuerdos de una vida. Era como si hubiera muerto. O más cruel aún, porque seguía ahi, como un bebé recién nacido, sabiendo cosas que no sabía por qué sabía. Sintiendo cosas que no entendía.
Por un momento dudé si entrar en la habitación. Sabía que me encontraría con un extraño, con alguien que ni me conoce ni a quien sería capaz de reconocer. Sería difícil cuando le empezase a contar recuerdos comunes y él los escuchara como si fuesen ajenos. Cuando tuviera que volver a luchar por conseguir su confianza, por volver a estar a gusto en su presencia.
Podría haberme marchado sin más, llevándome mis recuerdos y dejando que mi memoria siguiera conservando pura toda la historia. Enterrándolo en vida, pensando que estaba muerto, que ya no volvería nunca más. Para mí sería mucho menos cruel y él ni siquiera lo sabría. Nunca se sentiría incómodo ante mi presencia intentando forzar su memoria para recordar quién era yo, ni tampoco me asaltaría jamás la tristeza de conocer y no conocer a ese extraño que se había apoderado de su cuerpo.
Pero no podía dejarlo solo. Ahora, más que nunca, me necesitaba. Necesitaba que le recordara todo lo que él era incapaz de recordar, que le protegiera de todos los que, sin duda, intentarían aprovecharse de la situación. Así que no pude menos que entrar, guardando la inocente esperanza de que al verme su cerebro consiguiera disipar la nube de confusión.
Sus ojos, inocentes, están fijos en mí. La muda interrogación de su mirada despierta un sollozo dentro de mi pecho. Pero lo mantengo dentro, sonrío. La historia no ha hecho más que empezar. Otra vez.