Allí, donde la luz se funde en las tinieblas

Cuando crees que ya te has acostumbrado al dolor, viene otra ráfaga que te quita todo sentido, sólo eres capaz de seguir sintiendo dolor y más dolor. Casi no tienes tiempo de pensar qué ha ocurrido. Lo último que recuerdas es morir, morir una y otra vez. Sientes que hay alguien ahi fuera que juega contigo, con tu dolor, pero no eres capaz de reconocerlo.

¿Quién eres? ¿Por qué me haces esto? ¿No ves que estoy sufriendo? ¿No crees que ya tuviste bastante conmigo? No, sigues, sigues empujándome hacia este abismo. Y cuando el dolor consigue matarme, renazco otra vez para volver a sentir más dolor aún.

Abres los ojos y le ves. Está ahi, riendo. Riendo con tu desgracia. Te observa y se divierte viendo cómo sufres, cómo sientes cada vez más y más dolor.

¡Haz algo! ¡Ayudame! ¡Sácame de aquí! ¿No ves que sufro? ¿No oyes mi dolor? No te quedes mirándome como si esto no tuviera nada que ver contigo. ¿Qué hice para merecer esto? ¿Por qué no haces nada?

Porque estás a mi merced. Eres mío. Tu infierno no es más que mi paraíso. Yo vendí mi cuerpo y mi alma por disfrutar por toda la eternidad viendo cómo pagabas por el dolor que me causaste. Y cada vez que te rindes y te dejas morir, lo único que haces es atravesar un infierno más, todos ideados por mí, para que puedas sentir aún más dolor.

¿Quién eres? Déjame en paz. Déjame morir del todo. Déjame. Fuera lo que fuera lo que te hice alguna vez no puede ser comparable al dolor que siento.

¡¡Qué sabrás tú de mi dolor!! Pagarás, pagarás con intereses. Ése era el trato. Vendí mi alma a cambio de la tuya. Tú elegiste morir y yo elegí ser un siervo del infierno. ¡¡Y SUFRIRÁS!!

Muerte. Dolor muerte y más dolor. Es un ciclo sin fin del que sabes que no puedes escapar. Y eso es quizás lo que te causa más dolor. Saber que, hagas lo que hagas, estás perdido sin remedio. Perdido para toda la eternidad.

Dime al menos quién eres. Dime qué te hice para merecer esto. Dime por qué me odias tanto. Cuéntame que fué lo que hice mal. Sal a la luz para que pueda ver tu rostro. Déjame saber quién eres. Aunque ya no pueda arreglarlo, dime, que fue lo que te hizo obsesionarte conmigo de esta manera.

Aún cuando estuvieras en plena posesión de tu razón no serías capaz de reconocerme, sólo verías el más horrible terror que hayas alcanzado jamás a imaginar. ¿De qué te servirá saber quién soy? Yo nunca signifiqué nada para tí. Por más que luché por subir a lo más alto nunca reconociste mi gloria.

¡No! ¡Espera! No me dejes así. Escúchame. ¿De qué sirve que me cobres con dolor? ¿Acaso esto apacigua tu alma? Fuera lo que fuera lo que hice en la otra vida, perdóname porque no sabía lo que hacía.

Hablas de perdón y sin embargo nunca tuviste piedad conmigo.

Mueres.

Una eternidad más sufriendo. ¿Qué más dará? Llega un momento en que olvidas todo pasado y el dolor te envuelve. Llega a ser casi el cálido manto que te protege del frío ser que se mueve alrededor tuya, observándote.

Una lágrima…

Mueres otra vez.

 

Silencio. Luz. ¿Dónde estoy? Hace un momento estaba en el infierno. ¿Habrá sido todo una pesadilla? ¿Estaré muerto ya? No reconozco nada y sin embargo me siento en casa. Una figura a mi lado, tendida. No puede ser. Y sin embargo, es.

Perdóname…

El perdón será mi venganza.