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Una no historia con un final tampoco triste
Es como sentir un disparo. Al principio te quedas paralizado, estúpido, mirando un agujero que ahora adorna tu pecho y del que emana la sangre fresca. El dolor aún no ha llegado hasta tu cerebro cuando con dos dedos temblorosos tocas el redondo agujero que ha dejado el proyectil. Lo miras sin comprender, o quizás sin querer comprender. No es hasta el segundo disparo que tomas verdadera conciencia de lo que ocurre. La primera vez que te hacen daño no es culpa tuya. La segunda vez deberías haberlo evitado.
La uña y el dedo se protegen mutuamente. El dedo cuida de que la uña no se parta y la uña asegura que nada golpee violenta y directamente al dedo. Es una relación de conveniencia, dirán algunos. Pero también es una relación de amistad. Saben que necesitan estar juntas, uña y carne, saben que se necesitan. Por eso están ahi. Para ayudarse mutuamente.
Pero a veces llegan elementos externos que las separan. Puede ser de un golpe brusco, con el que la uña se separe violentamente del dedo, partiéndose por el camino. O también puede ser de un movimiento más suave. Éste es el más doloroso, porque vas sintiendo cómo la uña se va separando del dedo y la parte donde se pierde en la carne se va incrustando más y más. Y duele. Como toda relación íntima cuando se termina. Duele.
Y de pronto un día os cruzáis y os miráis. Te saluda efusivamente y es indudable que espera que tú a su vez, también respondas igual de efusivo. Pero no puedes. Ves sus ojos y ves que, uña que fue, parece que no sintió el dolor al separarse de tí. Porque no ves en el fondo de sus ojos ninguna herida parecida a las cicatrices que sabes que guardas dentro. Te paras a pensar y te das cuenta que ya ha pasado mucho tiempo. Semanas, meses,… algún año quizás. Y te das cuenta que hay personas de corta memoria. O quizás es que no quieren recordar. Quizás se avergüenzan de su pasado.
LLegas a palacio y ves el trono vacío de un rey decapitado. Es cierto que ya no quedan las manchas de sangre que provocó su muerte. Han sido cuidadosamente limpiadas y el lugar correctamente rehabilitado. Pero hay algo que te impide nombrar un nuevo rey para ese trono. Sabes que hay gente que lo merece, la misma gente que te ayudó a coser tus heridas cuando aún sangrabas. No es por respeto al rey caído. Ese rey fue un tirano que no quiso acordarse de su pueblo cuando la avaricia lo cegaba. No es por respeto, no. Es por miedo. Por miedo a que el nuevo rey también utilice su poder contra el pueblo. Por eso abandonasteis la Monarquía para establecer una República. Si el Presidente de la República gobierna bien, se mantendrá para siempre en su puesto. Si falla, no hará falta decapitarlo. Las elecciones lo apartarán de forma rápida.
Es porque tienes que expulsar lo que llevas dentro. Es la única manera. Así que te quitas la máscara por unos instantes y dejas que la luz del sol penetre hasta el último rincón de tu cuerpo. Ahora eres vulnerable, pueden hacerte daño. Pero no te importa, necesitas que el aire llegue a tus pulmones sin viciar, necesitas sentir el cálido abrazo del mundo sin tener cortinas que os separen. Por una vez, quieres volver a ser libre e inocente, descalzarte para correr por la hierba, tirarte de cabeza al río y dejar tu mochila apoyada en el árbol sin pensar que puedan robártela. Quieres vivir. Aunque esto dure pocos instantes y enseguida vuelvas a ponerte la máscara. Es mentira, no eras inocente ni habías dejado de tener miedo. Pero por un momento, pudiste creer que sí.
La Historia los pondrá a todos en su sitio, dicen. Pero eso a ti ya no te importa. ¿Qué más te dará? Cuando eso ocurra tú ya no estarás aquí. Lo que te molesta, lo que te duele, lo que algunas noches aún te arranca lágrimas es saber que tú también fuiste a la guerra. Y que en una guerra, todos somos víctimas. Víctimas que arrastran heridas.
¿Por qué todo lo que escribes termina mal? Es el estúpido destino que te ha maltratado tantas veces. Ojalá pudieras tenerlo delante para golpearle hasta morir. Matar al destino, tiene gracia. Pero no, eres tú el mismo que golpea las teclas escribiendo las historias. Eres tú el que decide el destino. Entonces, ¿por qué termina siempre mal?
Porque ese frío que sientes ahora no viene de fuera, está dentro de tí. Cuando recompusiste y pegaste los trozos que saltaron de tu corazón se te olvidó volver a encender un fuego dentro y ahora estás pagando las consecuencias. Pero ¿quién hubiera podido juntar los trozos si dentro latía una llama cegadora? Era la única manera de arreglarlo. Suerte que a tu alrededor todo sea cálido y la música te ayude a evadirte de tus problemas. Suerte que tienes gente que te quiere y te comprende y te ayuda a olvidar el frío. Cuando dejen de cantar y la bebida se haya terminado, te acercarás para susurrarles si conocen la manera de volver a encender el fuego. Estás seguro de que sí, sabes que alguno ya lo ha hecho. Por eso esperas, se está agradable aquí… a pesar de todo.