Si vives lo bastante, verás pasar a tus enemigos…

No importa cómo comenzó todo. Hay quienes se hacen amigos y hay quienes se convierten en enemigos. Nosotros fuimos enemigos.

Yo soy el más fuerte e inteligente, por eso ideé un plan para acorralarle, para obligarle a salir de su escondite y asestarle el golpe mortal. Fui minucioso y concienzudo, pues saborear la venganza, que es el plato más delicioso, siempre ha sido uno de mis mayores placeres.

Mientras tejía mi telaraña alrededor suya, él parecía no inmutarse. Alguna vez le ví llorar en algún hombro, pero yo sabía que hacerse la víctima no le serviría de nada. Mi plan era perfecto, meticuloso. No dejé que su indiferencia mellara mi odio, sabía que eso era lo que él pretendía: volverme débil y vulnerable, despreocupado. No iba a conseguirlo.

Durante mucho tiempo trabaje en mi plan, haciéndolo evolucionar según las circunstancias. Era a la vez, un plan sencillo y maléfico, con las dosis justas de dolor y compasión.

Llegó el momento final, pero en mi triunfo, él seguía sonriendo. Los demás, jueces de la situación, nos miraban expectantes. La batalla final se estaba librando, pero no parecía importarle. Y, como si de un as en la manga se tratase, sonrió mientras pronunciaba aquellas fatales palabras:

“Te has centrado tanto en mi, que has descuidado tu alrededor. Las miradas ya no son las mismas, te has quedado solo.”

Todo parece desvanecerse a mi alrededor, mientras las miradas se convierten en penetrantes focos de luz cegadores, que giran y giran cada vez más rápido, mientras las campanas de mi funeral resuenan a lo lejos.