El primer final

La brisa se enreda entre sus dedos, como queriendo invitarla a que salte. Son siete, ocho pisos. El mes pasado leyó sobre aquel hombre que sobrevivió a una caída de tres pisos. Ocho deberían ser suficientes. No quiere quedar a la mitad, no quiere acabar con un montón de gente llorando en el hospital. Quiere hacerlo del tirón.

-Espera.

Es una voz suave, que inspira confianza. Se gira para mirarle. Su cara es una combinación de muchos rostros, con un gesto duro pero amigable. Es la combinación perfecta, creada por una imaginación pre-adolescente  que necesita confiar en alguien. Está apoyado en la barandilla, como en aquella escena de Titanic. Solo que Titanic todavía no se había estrenado.

-No quiero que saltes.

Es la primera vez que le ve en persona. No es que no lo hubiera imaginado antes, es sólo que es la primera vez que lo ve. No lo ve realmente, es cómo una ilusión, como un espectro. A la vez asombrosamente real y a la vez inexistente. Y está sonriendo. Le está sonriendo. A ella. El mundo podría pararse en este instante, que sería perfecto. Si no fuera porque quiere saltar.

-Tengo un trato que proponerte.

Es como si cobrara vida propia. Sigue controlando el hilo de lo que hace o dice, pero es como si hubiera cogido tanta práctica en imaginarle, que una parte de su cerebro se hubiera separado y actuara independientemente. Le ha dado vida, ahora es capaz de sorprenderla. Incluso sin ser real.

-¿Un trato?

-Sé que ya no quieres tu vida. Te parece absurda y dolorosa. Quieres terminar cuanto antes. Yo vengo a proponerte un trato que nos hará felices a los dos.

-¿Es porque sabes que si muero, morirías conmigo?

Él se acerca, dando un paso.

-Es posible. O puede que no sea exactamente quien crees que soy. Puedo ayudarte.

-¿Cómo?

-¿No te gustaría que alguien viniera en estos momentos y te ayudara, te apoyara?

-Pero a nadie le importa nada. Todo el mundo tiene sus propias preocupaciones, nadie va a ayudar a nadie. El mundo es un asco. La humanidad merece ser destruida.

-Precisamente por eso. Nadie ayuda a nadie. ¿Qué tal si tú ayudas a los demás? Tú ya no quieres tu vida. Yo sí la quiero. Quiero tu vida, quiero poder actuar a través de ti.

Por un momento el pensamiento quedó en el aire, como si no entendiera lo que quería decir.

-Si no quieres tu vida, dámela. Después de todo lo que has sufrido ya no puedes sentir más dolor. Ya no lo sientes, ¿verdad? Te has vuelto fría. Precisamente  por eso ya no tiene sentido saltar.

Su corazón dio un vuelco y de pronto comprendió que su vida sí tenía un sentido. Tenía una meta. Ayudar a todo el que lo necesitase. Entre todos, juntos, podrían hacer de este un mundo mejor.

Él sigue mirándola. Es tan tierno, tan… perfecto. No sabe lo que haría si no estuviera allí. Probablemente hubiera saltado.

-¿Confías en mí?

Él le tiende la mano y con su ayuda vuelve a entrar por la ventana. Es una sensación extraña su tacto, frío y cálido a la vez. Su tacto. No puede evitar una risa nerviosa. No puede tocarle y sin embargo la ha ayudado a entrar.

-Gracias.

-Soy yo el que debo dártelas.

Le sonríe y… se desvanece. Vuelve al mundo real. Un mundo real frío y oscuro donde está sola.

Solo que ya no está sola. Ha podido verle, por primera vez. Y ahora sabe que, vaya a donde vaya, irá con ella. Si no fuera porque sabe que se lo ha imaginado todo, podría hasta pensar que ha sido una experiencia místico-religiosa.

Porque, sí, aún es capaz de distinguirlo.