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Hasta siempre
Caes al suelo. Intentas frenar la caida con tus manos, pero tus brazos flaquean y tu rostro golpea el suelo. No entiendo por qué no siento nada en este momento. Sé que debería sentir alguna emoción. Pero el verte vencido me paraliza, me bloquea.
Hace un momento aún tenías alguna esperanza, pensabas que quizás pudieras vencer. En tus ojos brillaba esa luz que siempre te acompaña cuando manejabas la espada. Tus movimientos, tan ligeros, tan suaves, pero siempre tan peligrosos. Parecía que más que pelear, bailabas alrededor de tu contrincante. Adoro esa manera que tienes de deslizarte a un lado y otro sin perder nunca de vista tu objetivo.
Me gustaba verte pelear. Tenías un estilo propio. Pero ahora ya nada queda de todo eso. Aún respiras, los últimos estertores de la muerte. Tu mano aún sigue aferrada a tu espada, inútilmente, con los nudillos blancos.
Me acerco a ti. No sé si me reconoces. Pero me miras fijamente. Tu boca tiembla, quizás quieras decirme algo antes de lo inevitable. Acerco mi mano a tu rostro, para intentar apartar la tierra que lo mancha. Ese flequillo rebelde cae sin gracia una vez más por delante de tus ojos. Me sonríes. Es entonces cuando sé que me reconociste, a pesar de todo. Tu última despedida va dedicada a mi. Qué cruel es el destino.
Y ya no respiras. Te doy la vuelta con cuidado, para comprobar que, realmente, tu corazón ya no late. No me importa si alrededor mia continúa o no la batalla. Ahora, lo único que me importa es si aún te queda alguna esperanza. Pero aún antes de quitarte la armadura sé que es inútil. El soplo de vida que te quedaba hace tiempo que te abandonó.
Me elevan por encima de la muchedumbre. Me aclaman, me adoran. Hemos vencido. Ya están preparando la fiesta para celebrarlo. Pero no consigo alegrarme. Sus gritos me parecen estridentes, intento zafarme de la multitud, pero una avalancha de brazos me tapa el camino.
Creo que yo también dejaré pronto de existir. Mi vida ya no tiene sentido sin ti. Mi amado enemigo.