Cochinillos

Todos esperábamos con impaciencia la llegada del camión. Procurábamos estar bien gorditos y relucientes para entonces. Un paseo al Paraíso… Yo aún era muy pequeño para subir, pero mi madre hacía unas cuantas lunas que había subido al camión. Se despidió de mi con un guiño y me susurró al oido que pronto me reuniría con ella, que no dejara de comer y que pusiera ojillos tiernos cuando se me acercara el Ángel.

Día tras día comía y comía para destacar entre los demás. Pero no es fácil alcanzar el cielo cuando todos a tu alrededor luchan y pelean por estar también gorditos y lustrosos. Dos veces llegó el camión y dos veces no fui elegido para ir al Paraíso. Pero yo no me desesperaba porque sabía que tarde o temprano llegaría mi momento…

Fue poco después del segundo camión cuando apareció él. Era un cerdo un poco mayor, flacucho y enfermizo. Siempre huía cada vez que aparecía el Ángel a traernos la comida y tardó poco en morir en un rincón del patio, alejado de todos.

Todas las madres cerdas impidieron que sus hijos se acercaran a él, temiendo que pudieran contagiarse. Pero yo, que mi madre ya había marchado al Paraíso, decidí acercarme a ayudarle. Pero se negó a tocar la comida. Finalmente me miró y asintió con la cabeza.

-Gracias, pero no quiero comer. No les daré ese triunfo.

-¿Darles el triunfo?

-Hijo – fijó sus tristes ojos en los mios -, sé que esto es duro de comprender, pero me pareces un buen cochino, mucho mejor que los demás que están aquí, y por eso te contaré un secreto: los camiones no nos llevan al Paraíso.

-¿Cómo?

-Yo estuve montado en uno de esos camiones. Ví lo que había al otro lado del camino. Un edificio viejo, lleno de cuchillos afilados, cuerpos de otros cerdos troceados,… los Ángeles no son más que sanguinarios asesinos.

-¿Y cómo es que estás aquí entonces?

-Hubo un fallo y tuvieron que devolvernos al establo. Un incendio, escuché. Allí ninguno quiso creerme y poco a poco todos fueron cayendo. Creían que había sido expulsado del Paraíso y se negaron a creerme. Desde entonces me niego a comer, no les daré el placer de destrozarme…

-¡Eso es imposible!

-A todos nos llegará la hora, hijo. No me creas, sigue cebándote… cuando veas que yo tenía razón ya será demasiado tarde. Ahora, me gustaria morir en paz. Ha sido un placer hablar contigo…

Me alejé de él. No quise contar lo que había pasado al resto de cerdos. Pero desde entonces no comía con tanto empeño… la duda me acorralaba. El cochino murió poco después y el Ángel llegó para recoger su cadaver. Por primera vez tuve miedo al verle. Ya no era nuestro cuidador y protector, ahora se había convertido en el cruel y sanguinario exterminador de cochinillos.

No entré en el siguiente camión. Mientras todos los cerdos se acercaban al Ángel yo me escondí bien lejos, evitándolo. Nadie pareció darse cuenta. Pero al segundo camión me pilló desprevenido, y antes de que pudiera esconderme, estaba dentro. Durante todo el camino iba repitiéndome que me tranquilizara, que todo saldría bien, que ese cerdo estaba loco… Ahora que se ha abierto la puerta y la luz me deslumbra, mi corazón golpea con fuerza. Ha llegado el momento de saber la verdad…