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Esperando el tren 2
El niño ha vuelto a despertarse y su madre le ha soltado para que vuelva a jugar por la estación. Inquieta, su madre cambia de postura y nota que el hombre mayor la sigue mirando.
-¿Y usted por qué viaja? – le pregunta, por decir algo
-Voy a recorrer el mundo. Ayer conseguí la jubilación – saca una caja de cigarros y, después de ofrecer, enciende uno -. Llevo toda mi vida ahorrando para este momento. Mi difunta esposa, que en paz descanse, quería dar la vuelta al mundo. Ahora cumpliré su sueño. ¿Ve esa caja? – señala un pequeño cofre finamente decorado – ahi reposan sus cenizas. La dejaré caer por las Cataratas del Niágara, como ella quería.
-¿Y luego que hará? ¿Seguirá recorriendo el mundo? – la joven estudiante lo mira con curiosidad
-No, luego volveré a descansar aquí, en mi tierra. Donde siempre vivimos juntos.
-¡Qué bonito es el amor! – exclama el joven novio. La estudiante sonríe y el hombre mayor aplasta el cigarro debajo de su zapato.
-A mi nunca me gustó viajar – comenta el hombre -, pero tengo que cumplir su último deseo.
Un tenso silencio cubre la estación, roto tan sólo por algún grito ocasional del niño, que sigue jugando bajo la atenta mirada de su madre.
-¡No puedo más! – exclama finalmente el ejecutivo – Tengo prisa, ¿es que no vendrá nunca el tren? – nadie se esfuerza en contestarle – Iré a preguntar a la oficina. – se levanta decidido y se encamina hacia una puerta que descansa bajo un letrero donde se lee, con letras borradas “oficina del revisor”. Todos le miran cómo se acerca y llama, primero tenuemente, luego más violentamente, sin recibir respuesta. Intenta abrir la puerta, cuyo picaporte cede sin esfuerzo. Lo ven entrar en la oficina y salir al poco tiempo, abatido. Cuando llega hasta donde están sentados los demás, se deja caer en el banco. Cuando nota que todos le miran, excepto la vieja, que permanece dormitando, contesta a la muda pregunta:
-No hay nadie dentro.
Todos asienten, sin asombrarse.