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Mudanzas
Al fin descubrió de dónde provenía el ruído: era otro gato, que se había colado debajo de su cama. No lo había visto nunca, pero eso no importaba. Sabía que si lo dejaba ahí pronto llegaría otro. Y luego otro más. Hasta que tomaran el control de su casa. Nadie había sido capaz de explicarle el porqué.
Así que coge la maleta y comienza a llenarla una vez más. Lo hace ya de forma casi automática, esta demasiado acostumbrada. No importa cuánto de lejos huya, ni cómo se esconda, siempre la acaban encontrando. Las primeras veces había intentado echarlos de diversas maneras, incluso recurrió a una empresa de desinfección de plagas, que nunca llegaron a entender del todo lo que ocurría. Al final no le quedaba más remedio que aceptarlo: los gatos habían decidido vivir con ella. Así que ella tendría que o convivir con ellos o marcharse. Y decidió marcharse.
Cuando estaba a punto de cerrar la maleta, notó que el gato se acurrucaba a sus pies. Hasta ahora siempre los había tratado con dureza, se colaban en su casa sin avisar, invadían su terreno hasta hacer su vida insoportable. Pero esta vez el gato la miró con unos ojos casi humanos. Parecía comprender exactamente lo que pasaba por su cabeza y había decidido restregarse contra sus pies para impedirle la huida. Se agachó para acariciarlo y el gato ronroneó.
A la mañana siguiente amaneció con un coro de maullidos y suave pelaje que la acariciaba para despertarla. Sonrió y se dispuso a preparar el desayuno. Hoy serían unos cuantos más en la mesa.