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Sangre
Corren muchas historias extrañas acerca de los vampiros, pero la mayoría de ellas no tienen ningún sentido. Dicen que los vampiros no pueden soportar la luz del día, ni las cruces, ni la plata y que la única manera de acabar con ellos es clavándoles una estaca. Son teorías absurdas dichas por gente que nunca ha visto uno de ellos.
La única manera de matar a un vampiro es extrayéndole la poca sangre que le dejó el vampiro que lo convirtió. Lo que pocos saben es lo difícil de conseguir que es que un vampiro sangre. Es técnicamente imposible hacerle una herida. Su capacidad de recuperación y cicatrización es tal que antes de que una bala termine de penetrar en su cuerpo, el agujero de entrada ya se ha cerrado. La única herida que es incapaz de cicatrizar en el cuerpo de un vampiro es la mordedura de otro vampiro. Por eso se dice que sólo un vampiro puede acabar con otro.
Yo comencé siendo una simple campesina. Mi conversión se realizó enmedio de un tumulto. Mi futuro clan había decidido atacar mi pueblo aquella noche, porque los vecinos habían emprendido una campaña contra ellos. No es que los vampiros les temieran, sino que les molestaba que alguien quisiera desafiarlos.
El caso es que me había escondido en el granero, esperando pasar desapercibida, pero no tardaron en encontrarme, temblorosa, rezando porque todo terminara pronto. Y en efecto, fue rápido. Con una mano apartó mi cabeza para dejar libre el cuello y de una ligera dentellada, me fue debilitando hasta que me soltó. Antes de que pudiera siquiera preguntarme por qué no estaba muerta, una mano me levantó con fuerza para volverme a poner de pie.
-Bienvenida. Me llamo Mandrat. ¿Cómo te llamas?
-Selen.