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Llanto
Hay muchas clases de llanto. Cuando un niño llora, sus lágrimas van acompañadas de gritos para llamar la atención. También hay lloros acompañados de sollozos y suspiros que van liberando al alma de sus pesares.
Pero el llanto más estremecedor es aquel que va solo. Las lágrimas van resbalando por el rostro sin que el más leve estremecimiento las haga temblar. Los ojos se vuelven huidizos, o se fijan en un punto, pero no transmiten nada realmente. O quizás lo transmiten todo.
Esa sensación que te va llenando de impotencia, de desesperación, de no poder hacer nada por evitarlo. Ni siquiera hay una mano que evite que las lágrimas mojen la cara. Es un llanto que termina tal y como empieza, no ha arreglado nada, no ha liberado a su propietario de ningún pesar. Sólo lo ha mostrado por el tiempo que dura. Pero cuando el llanto termina y las lágrimas dejan de salir, la pena sigue ahí.
Suele ser una pena tan grande la que causa este llanto, que no es posible sacarla con una sencilla llorera. Son penas clavadas en el corazón, como astillas, que provocan dolor pero no grito, que hacen llorar pero no se desprenden.
A veces este llanto va acompañado del orgullo. Barbilla alta, ojos decididos y lágrimas corriendo. Una dura decisión donde en la batalla entre la razón y el corazón han perdido los sentimientos. Donde nada ni nadie puede evitar el destino elegido.