Sangre IV

Durante muchos años me dediqué a recorrer el mundo, volviendo a los lugares antes habitados por vampiros, intentando compensar los males causados. No volví a beber sangre humana nunca más y me negué a intimar con nadie. Cuando notaba que empezaba a apegarme a algún lugar rehacía mis maletas para desaparecer. Cuando conocía a alguien contaba tres meses y a continuación lo alejaba de mi vida.

La soledad terminó por hacer mella en mí. Al principio me negué a reconocerlo, pero cuando alargué con excusas estúpidas los tres meses que tenían que cumplirse para alejarme de Kite y se cumplieron diez meses desde que lo conocí, tuve que admitir que era incapaz de superarlo. Durante unos años vivimos felices, él fascinado con mi misterioso modo de vida y yo feliz creyendo que podría controlar la situación. Pero su paciencia para conmigo también tuvo un límite y finalmente me ofreció un ultimátum. Quería venirse a vivir conmigo, que yo dejara de huir de él para comer a solas, quería que formáramos una familia normal. Era el paso lógico que tenía que venir, pero siempre había guardado la secreta esperanza de que algo impidiera que el tiempo pasara y que finalmente él sintiese la necesidad de asentarse en algún hogar.

La idea me asustó enormemente. Si bien hasta entonces había sido capaz de ocultar mi secreto, sabía que tarde o temprano acabaría por descubrirlo. Aún cuando fuera capaz de seguir mi juego y él no descubriera que yo era una vampiresa, en algún momento se preguntaría por qué no se notaban los efectos de los años en mí, por qué las arrugas huían de mi cara y me mantenía ágil y hermosa mientras él iba envejeciendo. Durante unas semanas me torturé pensando en qué hacer. Por una parte la idea de seguir mi farsa parecía imposible incluso a corto plazo y por otra parte contar mi secreto probablemente significaría que se asustaría de mi y no querría volver a verme. Finalmente decidí arriesgarme y contarle mi secreto: lo peor que podía pasar es que tuviera que irme lejos y empezar una nueva vida.

El resultado de mi confesión fue altamente gratificante. No sólo no se asustó sino que enseguida mostró interés por convertirse él también en vampiro para compartir juntos la eternidad. Mi felicidad fue en ese momento máxima. Era la solución que había estado buscando. Después de todo, éste era el plan de Lafftia, vivir juntas velando por los humanos. ¿Por qué no terminar de realizar su sueño al lado de Kite? Era un hombre bueno en esencia, me había apoyado en mis campañas para ayudar a los desfavorecidos y no tenía atisbo de maldad por ningún lado. Y así, solucionaba el problema de mi soledad.

Cuánto tiempo estuvimos así, no puedo estar segura. Él estaba fascinado con las historias de vampiros que le contaba y enseguida se acostumbró a su nueva vida. Todo transcurría lentamente, teníamos toda la eternidad por delante para arreglar el mundo, ahora lo único que teníamos que preocuparnos era de disfrutar. Me sentía cómoda por primera vez en mucho tiempo, pudiendo compartir mi secreto tranquilamente, sabiendo que estaba todo bajo control. Sólo había un detalle que me negué a confesar, quizás por vergüenza, o quizás por mantener una última cosa como fuente de poder. En todas mis historias, siempre evité mencionar la manera de matar a otro vampiro. Dejé caer que fue casualidad que yo fuera la última vampiresa, le hice creer que Lafftia hizo todo el trabajo, quedando mortalmente herida.

Especialmente sintió una extraña fascinación por la figura de Drácula, el primer vampiro. Era una fascinación un poco infantil, sobre todo sabiendo que fue estúpidamente asesinado por su propia amante, con la que había compartido casi un siglo de existencia y que ella había sido la que fundó realmente la primera generación de vampiros. El orígen de Drácula, por más que se investigó, permanece confuso. Probablemente él mismo se llevó el secreto a la tumba. Lo que sí es cierto es que no pensó jamás en una expansión vampírica como la que se llevó a cabo después de su muerte. Él era un noble que pretendía convertir a los vampiros en la clase dominante, cultos y llenos de la experiencia que da la vejez. Pero su afición por las mujeres truncó sus planes: la mayoría de sus conversiones eran femeninas y su última amante, celosa, le convenció de la importancia de elegir bien a los vampiros. Azuzado también por las incipientes rebeliones de los vampiros existentes, los mató a todos para empezar de nuevo. Fue entonces cuando fue asesinado, comenzando así la era de los vampiros sedientos de poder.

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