Paralelismo

Ella ganó su primer concurso de belleza a los doce años, en un crucero. Sus padres, orgullosos, colgaron la foto en el salón. Desde entonces, no volvió a mover la cara. Masticaba pedazos pequeños, para no abrir demasiado las mandíbulas. Se bañaba en leche y dormía envuelta en cremas. Tuvo tres maridos, pero ningún hijo, no quería pasar por el embarazo. Su primer marido le dejó en herencia el dinero para cuidar su aspecto. El segundo fue un artista al que le encantaba pintarla, hasta que se suicidó. El tercero fue un sesudo escritor que veía en ella la musa que siempre había buscado. Murió a los sesenta, mientras tomaba su té con soja.

En cambio, ella nunca paraba de reir. Cuando alguien estaba serio, le hacía muecas hasta que conseguía arrancarle una sonrisa. Tuvo su primera arruga importante a los treinta y uno, pero eso no hizo que empezara a echarse cremas. Si alguien le señalaba sus arrugas, ella reía aún más, diciendo que cada marca de su rostro era un recuerdo. ¿Quién querría deshacerse de sus recuerdos? Cuando se jubiló, a los sesenta y siete, dió la vuelta al mundo. Murió a los noventa y ocho, feliz, riendo con sus nietos a la luz de una hoguera.