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El problema de ser atea
El problema es muy sencillo: un día descubres que la vida no tiene sentido.
Sería bonito que existiera un destino que cumplir, unos objetos, unas metas. Pero la verdad es que no hay más meta que la que te autoimpongas tú mismo. Estaría bien poder decir que tienes algo que hacer, pero es que no hay nada que realmente tengas que hacer. La vida no tiene sentido ni valor, al menos no más que el valor con el que tú quieras especular.
No venimos de ninguna parte, no vamos en ninguna dirección. Lo que hay es lo que ves, una serie de (des)afortunadas coincidencias. Eres un producto del caos, igual que podrías haber sido una cucaracha o no haber sido nada. El hecho de que estés aquí leyendo esto no significa nada.
Lo bueno es que una vez que descubres que la vida no tiene sentido, también deja de tener sentido temer por tu vida. Ya no hay nada que pueda frenarte, porque no hay nada que puedas perder. Al menos, nada realmente importante.
Y entonces es cuando descubres el verdadero valor de la vida.