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Príncipes, princesas y dragones
A través de cinco vinos diferentes y siete platos exquisitos, los jóvenes conversaron de banalidades y otras cosas sin importancia. Ambas cortes se esforzaron mucho en que el encuentro estuviera rodeado de un halo de misterio y romanticismo para que el ambiente fuera mágico.
Finalmente, tras probar el postre, él la miró a los ojos y suspiró:
-Lo siento, -dijo apesadumbrado- no debí hacerte perder el tiempo. No soy el príncipe que estás buscando. Tengo una terrible fobia a los reptiles, no sería capaz de atravesar el dragón para poder rescatarte.
Vine aquí sólo para que mis padres me dejasen en paz. Ellos creen que el conocerte antes me hará superar mis miedos. Eres encantadora y estoy seguro de que habrá muchos príncipes y nobles dispuestos a romperse el cráneo por ti. Pero yo no soy tan valiente.
Soy un príncipe poco corriente, lo sé. Me he pasado años preparándome para gobernar de la mejor forma posible. Reviso los presupuestos anuales hasta el último dígito para comprobar que no se nos escapa nada. Me preocupo de las necesidades de mis sudbitos, dedico muchas horas al día en escuchar sus necesidades. Procuro rodearme de todo tipo de consejeros y siempre intento ser lo más imparcial en mis decisiones.
Pero al final, resulta que nada de esto es importante. Que si no soy capaz de cabalgar durante días por valles y montañas para matar a un pobre dragón, no soy un príncipe adecuado para el puesto.
Si te sirve como compensación, estáis invitados, tú y tu futuro marido, a venir a mi reino tantas veces como queráis. Seréis tratados con todo el respeto y la atención que os merecéis.
Él se levantó de su asiento, pero ella le cogió de la mano y le obligó a volver a sentarse:
-No tienes que pedir disculpas. Yo tampoco estoy de acuerdo con lo que me han impuesto vivir.
Estoy harta de estos corsés que me impiden respirar. Estoy harta de recibir a las mujeres de mandatarios extranjeros y tener que distraerlas y sacarles conversación aunque no tengamos nada en común. Estoy harta de acudir a importantes reuniones de Estado y tener que sonreír y asentir a todas y cada una de las barbaridades que van soltando los que se consideran expertos, sin poder rebatirles. Estoy harta de ser una sombra transparente que sólo es importante en cuestiones de bailes y festejos.
No quiero un príncipe que pueda matar dragones pero luego no sea capaz de gobernar decentemente. No quiero estar con un príncipe que no me escuche, que me mantenga encerrada en mi ala del castillo sin poder salir. No quiero un príncipe incapaz de mirarme a la cara y ser sincero.
Sólo busco alguien con quien poder hablar. ¿Es tan difícil entender que, aunque princesa, también tengo mis inquietudes? ¿Por qué nadie respeta mi derecho a saber leer, a dar mi opinión? ¿Por qué sólo puedo ser un objeto decorativo?
Él se volvió a sentar lentamente y besó aquella mano que todavía le agarraba con fuerza, como si temiera que fuera a irse. Ambos se miraron a los ojos y sonrieron por primera vez. Ningún dragón les impediría continuar con sus vidas, de la forma en la que ellos eligieran.