Restless warrior

Se agacha para desabrocharse las botas. Está dolorida, cansada y sudada. Sólo puede pensar en darse un baño y meterse en la cama. La espada resbala de la mesa y cae al suelo, sobresaltándola. Después de unos segundos, se deja caer en la cama y cierra los ojos. ¿Sigue mereciendo la pena? Día a día, la guerra parece que no avanza. O si avanza, es muy lentamente. Y luego llegan noticias de algún otro frente que ha caído. Es una guerra que se lucha en el día a día, en las pequeñas cosas. Y no deja descanso.

Unas horas después, despierta. Sigue dolorida y sudada, pero al menos ya no está tan cansada. Termina de sacarse las botas y se acerca a la bañera, ahora ya con el agua completamente fría. Pero no le importa. El frío la ayudará a que duela menos.

Cuando empezó esta guerra no sabía que duraría toda la vida. Sólo sabía que no podía permitirse seguir como estaba. Si tenía que partirse la cara para llegar al otro lado, se la partiría. Si tenía que partirse la cara para que otras no tuvieran que partírsela, lo haría. Pero su determinación no impide que día a día, cada vez esté más cansada y el final lo vea más lejos.

Quizás sería más fácil rendirse y agachar la cabeza. Pero sabe que eso no va con ella. No podría soportarlo. Así que sale de la bañera y vuelve a ponerse la misma ropa de ayer. La misma ropa de mañana. La ropa de batalla, la que la protege cada día. Coge la espada y vuelve a salir. Ni un solo día de descanso.