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Sangre II
Pronto me acostumbré a mi nueva vida como Selen de Mandrat. Salíamos todas las noches a buscar comida y luego volvíamos a encerrarnos en el castillo. Tardé meses en recorrerlo entero. Hoy en día, aún no estoy segura de conocerlo en todos sus rincones. Pero tampoco tardé demasiado en encontrarla.
Estaba en un sótano, agarrada con pesados grilletes, abandonada completamente. Pocas veces recibía ninguna visita, era demasiado vergonzoso como para ir a visitarla. Una vampira que se había rebelado y había matado a unos cuantos de los nuestros. No la habían matado para que sufriera una tortura aún peor y sirviese de ejemplo a futuros rebeldes. O quizás fuese porque nadie se había atrevido a matarla.
Lo peor que puede ocurrirle a un vampiro es dejarle sin comer. No puede morir de hambre, pero sufre el mayor tormento que el hombre pueda siquiera imaginar. El hambre lo ciega y enloquece hasta llegar a morderse él mismo para alimentarse de su propia sangre, algo que no hace sino aumentar la locura que lo posee. La falta de comida hace que su cuerpo envejezca de una manera inevitable. Ella estaba en este estado, bien amarrada para evitar que se autoinflingiera heridas. Nadie recordaba cuánto tiempo (siglos quizá) llevaba allí atada.
No se por qué me gustaba estar cerca suya. Supongo que porque yo tampoco encajaba del todo allí. Las dos éramos extrañas en el castillo. Los vampiros son seres independientes, ajenos a todo, egoístas y fríos, que sólo buscan el placer propio e inmediato. Algunos dicen que es el hecho de tener que matar a otros humanos para vivir lo que los hace tan inhumanos. Yo creo que es la falta de confianza de unos en otros lo que los hace tan inaccesibles. Una promesa puede durar toda la vida, pero no toda la eternidad.
A los pocos meses dejó de ser violenta ante mi presencia, parecía que se había acostumbrado a mi. Fue un día de éstos cuando se me ocurrió darle de beber sangre por primera vez. No sé si fue por sus ojos hambrientos al ver el corderillo que había cogido aquella noche o si fue que al verla se me quitó el hambre. El caso es que le lancé el cordero y terminó de comerlo. Después de ver aquello, todas las noches acudía con toda la sangre que podía para alimentarla. No es que notara ningún cambio radical en ella, pero comencé a darme cuenta de que poco a poco, la nube que tenía en los ojos se iba disipando. Ya no contemplaba las cadenas con horror, sino con interés, como queriendo averiguar dónde estaría la llave que las abriera.
Fue una locura, lo reconozco. Pero un vampiro no puede suicidarse fácilmente y yo ya estaba harta de tener que vivir así. La única alegría que tenía al día era ver los ojos agradecidos de aquella extraña al terminar su cena. Una noche, después de una fiesta en el castillo, decidí que había llegado el momento. Todos dormían en la sala principal bajo los efectos de un gran festín sangriento cuando bajé al sótano.
Me acerqué a ella y la liberé de sus cadenas. Para mi sorpresa en ningún momento hizo ademán de querer mi sangre, a pesar de que estaba segura de que el hambre aún la estaría acechando violentamente. En cuanto se vio libre, salió corriendo escaleras arriba perdiéndose de mi vista. Más lentamente la seguí hasta llegar a la sala principal, donde una sangrienta matanza se había llevado a cabo.
Al principio no la reconocí, era una hermosa joven de raídas vestimentas manchada de sangre. Al verme se arrodilló ante mi y me dijo:
-Lafftia a tu servicio.
-Lafftia de Selen, a partir de ahora. – le contesté sonriendo