Grandes desconocidos

El arpa de Orfeo calla, y el crepitar de las llamas llena la noche. Embelesados por el relato que les acaba de contar, se sienten menos solos. Después de unos minutos de reflexión, Calisto mira al siguiente orador, que aún tarda un poco en comenzar su historia:

La conocí cuando me destinaron en una trinchera cercana a la frontera. Utilizaba la identidad de su difunto marido, el cual había muerto entre sus brazos. Contaba que se sintió incapaz de seguir adelante con su vida sabiendo que los culpables estaban vivos en alguna parte. Pero en la trinchera era difícil disimular su verdadera identidad.

Desde el principio hubo algo especial entre los dos, una conexión fantasma. Nos sincronizábamos y entendíamos como si fuéramos uno solo. Sabíamos que ahí fuera había dolor y muerte y que la guerra continuaba al otro lado del muro. Pero vivíamos en una burbuja, donde nada importaba salvo que estábamos juntos. Fueron los días más felices de mi vida y no los cambiaría por nada.

Pero tuvo que llegar el día en que el enemigo consiguió ganarnos terreno hasta llegar a las manos. Saltaban dentro de la trinchera como si fuesen bestias salvajes, obligándonos a defendernos en un mano a mano sin piedad. En mitad de la lucha, y tras una aventurada maniobra de distracción, tuvimos unos segundos para escapar. Ella se escurrió por un túnel y no volvió a mirar atrás. Yo corrí, agazapándome como pude, hacia el lado contrario, esperando encontrar algún refugio.

Por desgracia, pronto me capturaron. En mis largos días de tortura, sólo un pensamiento me mantenía con vida: ella no estaba entre los prisioneros. No podía preguntar por su destino, pues si seguía escondida al otro lado de aquel túnel estaría descubriéndola y poniéndola en peligro. Pero algo dentro de mi me decía que lo había conseguido.

Aún hoy quiero creer que consiguió escapar y que se ha olvidado de mí. Que rehizo su vida, que encontró a otro hombre, que no piensa en mi. Pero, en el fondo, sé que eso es imposible. Sé que esté donde esté, seguirá pensando en mi igual que yo sigo pensando en ella.

Baja la mirada y traza un círculo en el suelo, esperando que el siguiente comience su historia. No puede disimular la lágrima que cae por su mejilla. Tampoco le importa.