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La Huida
El corazón se le va a salir del pecho. No sabe cuanto tiempo lleva corriendo a ciegas, en la oscuridad, intentando no perder la orientación. Tiene el cuerpo magullado y el tobillo izquierdo le duele al apoyarlo: seguir corriendo ha dejado de ser una opción. Por suerte ha llegado ya al río. El bosque queda a su espalda y ya no escucha a sus perseguidores. Sabe que están ahí, buscando su rastro. Es inevitable.
Cada latido resuena en su cabeza como un latigazo doloroso que le hace saltar las lágrimas. La balsa está ahí, endeble, abandonada y sin remos. Decir que es una balsa es casi generoso, son más bien unos tablones mal atados. Sigue siendo un golpe de suerte, le ayudará a avanzar más rápido.
Respira hondo y el corazón vuelve a latir más despacio, ya puede pensar. La pequeña balsa parece poco segura y no tendría forma de dirigir hacia dónde va. El camino más racional sería contra corriente, río arriba, donde podrá encontrar algún camino que le lleve de vuelta a la civilización. Pero esa no es una opción ahora. Lo importante es avanzar, en cualquier dirección, alejarse de allí. Si esta no es la dirección óptima, bueno, sigue siendo un avance. Acepta este destino.
Se sube a la balsa y mantiene el equilibrio como puede, agarrando los tablones con sus manos para evitar que el río mismo la rompa en pedazos. Avanza rápidamente río abajo. Sólo serán unas horas, que pierdan el rastro. Entonces saltará al agua para nadar hasta la otra orilla y encontrar un refugio. Está en el buen camino.