Carta al viento (¿Tercera Parte?)

Ha sido por casualidad que se acordó de ella. Buscando otra cosa en un cajón encontró los pedazos de aquella carta. No pudo evitar la sonrisa que asomó a su rostro, como tampoco pudo evitar cogerla y volver a leerla. Mientras sus ojos iban recorriendo las palabras escritas iba recordando todo lo que había sucedido años atrás. No es que le importase ya, había continuado su vida sin ningún problema y hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en ella, pero para cuando leyó la última frase una lágrima luchaba por mojar su mejilla.

Nadie

¿Dónde estoy? Debe ser el vacío intemporal, si es que eso existe. Diría que he muerto porque he visto pasar mi vida delante de mí como si fuera una película. Pero a la vez no era mi vida porque yo no existía. Era la vida que hubiera tenido si yo no hubiera estado allí. Así que no puedo decir que haya muerto. Porque no he estado viva. Nunca he nacido. En vez de eso, mis padres tuvieron otro hijo, tres años después de mi no nacimiento.

Carta al viento (Segunda Parte)

Y sólo había una manera de averiguarlo. Lentamente estira la mano y coge el auricular. Con dedos temblorosos, marca el número. Uno, dos toques. Al otro lado alguien responde. Ahora hablará claro. Ahora comprenderá. Ahora sabrá la verdad. Pero para sorpresa y frustración, la voz que responde es la de un contestador. No será ahora cuando pueda aclararse. Cuelga de nuevo el teléfono. Rasga la hoja en dos. No puede evitar la rabia que empieza a ebullir dentro de sí.

De las Ruinas

La rescató de las ruinas del castillo en que había vivido toda su vida. Estaba gravemente herida y apenas respiraba. Pero él la cogió delicadamente en sus brazos y la trasladó a su refugio. Allí le fue curando sus heridas y la distrajo de sus penas, haciendo la noche más cálida con sus relatos. Poco a poco ella fue recobrando sus fuerzas y juntos pasearon por el bosque. Sólo una vez sus pasos los llevaron hasta las ruinas de su antiguo hogar, el castillo que la había oprimido y protegido desde niña.

Carta al viento

Desarruga la hoja para leerla una vez más. Se la sabe de memoria pero a pesar de todo necesita leerla otra vez. Siente rabia, frustración. No puede quejarse, claro que no. Él mismo escribió algo parecido no mucho tiempo atrás. Demasiado parecido, se lamenta. Incluso en aquel momento sentía remordimientos de lo que enviaba. Pero era lo único que se sentía capaz de hacer. Enviar aquella maldita carta. Ha tenido tiempo de lamentarse con creces el envio y son muchas las noches que ha pasado en vela pensando en si habría alguna manera de remediarlo.

Gotas de lluvia

La lluvia repiquetea sobre el cristal, pero no presta atención. Pensamientos profundos invaden su mente. Un año tan sólo ha transcurrido, pero para ella ha pasado mucho tiempo. Muchas experiencias la separan de la que fue antaño. Ya no siente envidia. Ya no siente celos. Pero el dolor sigue ahí. No es el mismo dolor que la acompañó durante meses. Ahora es diferente. Hubo un tiempo en el que hubiera dado lo que fuera por que él fuese feliz.

Palabras perdidas

-¿Quién eres? -¿Aún preguntas? -¿Estás ahi? No puedo verte. -Ven, coge mi mano. -Hace frío. -Se te pasará. -¿Por qué está todo tan oscuro? -Siempre está oscuro dentro de tu mente. -¿Dentro de mi mente? -¿Dónde crees que estamos si no? -No lo sé… -Si imaginas que está todo oscuro, no habrá luz. -¿Puedo hacer lo que quiera? -El límite está en tu mente. -Tengo miedo. -No te preocupes, estoy aquí.

Mail sin destinatario fijo

Altas horas de la madrugada (weno, de ves en cuando aun entra gente nueva, pero… doce y media son doce y media) y ella escribe febrilmente en una historia que sabe que dudosamente terminará algún día (aunque vea con toda claridad su desarrollo y su final) aprovechando esa vena lírica (que también puede comprobarse en el último mensaje olvidado por ella en un foro) que afloró esta noche y la invita a seguir tecleando incansable, con los ojos semicerrados, obviando los bostezos que no consigue reprimir en su boca…

Laberinto

Otra vez. Mira la pared gris que se eleva delante suya. La toca, primero con cuidado, casi con miedo, luego la golpea violentamente. “¿Por qué? ¿Por qué yo?” Se vuelve. Sólo hay un camino de salida a este callejón. El mismo por el que entró. Arrastra los pies lejos de la pared. Sigue el pasillo. A su lado se abren más pasillos. Aleatoriamente, va eligiendo uno u otro. Sabe que nunca podría llegar a recorrerlos todos.